Yo soy la Ley

"¿Quién va a bajar la cabeza? Sólo la bajan los cabestros.
– Y los hombres honrados cuando hay una ley.”


Ramón J. Sender


-María, saca la bandera que nos vamos a la mani. Estos catalanes quieren romper España -dijo Manuel con voz ronca y controlando el aire que le salía del hueco de los dientes que le faltaban.

-Déjame, no me encuentro bien. Aún pienso en las palabras que me dijo mi jefe antes de despedirme -contestó María apesadumbrada.

-Siempre estás con el mismo rollo. Venga, espabila que tenemos que defender el Estado de Derecho, la Ley y la unidad de España -dijo Manuel.

María abrió la caja fuerte y sacó la bandera. Era lo más valioso que había en su casa; la planchaba y mimaba cada día como si fuera un tesoro. Les había costado mucho dinero porque era muy grande. Pero valía la pena el esfuerzo económico que habían hecho y se sentían orgullosos por ello.

-María, la nevera está casi vacía, ¿por qué no podemos desayunar algo decente? -gritó el hombre a la mujer.

Ella lo miró de soslayo con los ojos vidriosos y no dijo nada.

Así que Manuel y María salieron a la calle envueltos con esa gran bandera que cubría su enorme miseria y, codo a codo, fueron a defender la patria.

Mientras tanto, unos seres de bien jugaban haciendo el mal. Desde una oficina cercana a la manifestación estos personajes oscuros podían ver la llegada de los primeros manifestantes.

-Mira, ya van llegando ja, ja, ja, ja. Muchos de ellos tienen contratos precarios y otros no tienen ni trabajo. No me digas, Alfonso, que no es asombroso que salga esa chusma a la calle defendiendo...la Ley -dijo Dolores riéndose a carcajada limpia.

-Nos ha costado mucho tiempo lograrlo. Cada día subimos un peldaño más y consolidamos el expolio. Extender la ignorancia es un proceso largo. Y...dejar las arcas temblando, también ja, ja, ja, ja. - se rió y añadió-: Es curioso lo que hemos logrado; que esa gente empobrecida salga a defender a quienes les roban. Eso tiene mucho mérito y mucha guasa -dijo Alfonso muy divertido mirando hacia la ventana.

-Bien. Voy a dejar grabando la manifestación y luego nos echamos unas risas, ¿vale? Pero ahora tenemos que bajar para hacernos fotos con la gente. Recuerda que estamos en elecciones, Alfonso -dijo la mujer mientras sacaba la pancarta.

Las calles se llenaban de gente con banderas y gritaban lemas contra los que llamaban separatistas, secesionistas y golpistas.

Entre la multitud había gente que levantaba el brazo cómodamente haciendo el saludo nazi y pedían hacer barbaridades contra personas inocentes. Y no pasaba nada.

Todo aquello era por la patria; había que salvarla. Había que mantener España como una, grande y libre. Y si para ello había que pasar hambre, se pasaba hambre.

Era un sacrificio que les honraba aunque para ello no pudieran alimentar a la familia ni darle un futuro a las generaciones más jóvenes. La bandera había que besarla, jurarla, amarla por los siglos de los siglos...

En los últimos años habíamos pasado de apretarnos el cinturón a la miseria más absoluta. Pero nada importaba más que la bandera; ese trozo de tela agradecida que allí refulgía cara el sol.

Los enemigos de la patria eran esa gente desconocida del norte. Pero en realidad los culpables estaban escondidos detrás de sus mafias.

De pronto, entre el griterío, se escuchó la voz de un hombre mientras la tierra temblaba al ritmo de sus palabras: -La Ley, yo soy la Leeeeey, la Leeeeeeeeey, la Leeeeey -dijo esa persona que parecía poseída.

La gente se giró hacia ese hombre y le empezó a aplaudir. El gentío empezó a corear con afán de revancha: -A por ellooooos, oé.

En un rincón de la manifestación se veía a Alfonso y Dolores junto a otras personas de bien haciéndose selfies con el populacho.

Y en otras partes de la concentración, esos que levantaban antes el brazo ahora tiraban sillas, golpeaban a periodistas y amenazaban a otras personas ajenas a ese espectáculo.

Desde un balcón cercano, alguien atónito dijo: -¡Esto no es España! Otra vez ha vuelto el odio. Es muy triste. ¡No pasarán! -y luego cerró la persiana.

El profundo temblor hizo que se agrietara la tierra; se resquebrajaron las cunetas donde había huesos con nombres e historias acumuladas, imborrables a pesar del paso del tiempo.

Y luego salió de cada pedazo de tierra una luz potente que deslumbró a los asistentes, dejó sin latido al odio y quitó las máscaras a los peligrosos monstruos que segaban la libertad.

Ese temblor sacó para siempre de la profunda tierra las vidas que habitan en nuestra memoria.


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